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Evelio Martínez Cañadas <[log in para visualizar]>
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Thu, 30 Dec 2021 16:29:19 +0100
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En una biblioteca pública ejercen diversos tipos de perfiles profesionales. Quizá los nombres puedan variar, pero es frecuente que se designen como: directora, bibliotecaria, técnica auxiliar y auxiliar técnica. Insisto, puede que los nombres diverjan, pero también puede ser frecuente encontrar esas denominaciones.

Los diversos perfiles tienen, en principio, asignadas una lista de tareas que le son propias y a las que, también en principio, debería ceñirse su desempeño profesional: ya sea forrar libros, ocupar un mostrador determinado, elaborar proyectos de extensión bibliotecaria, comprar la colección y etc, todo ello, en sus rasgos más generales, queda recogido en la ficha de funciones pertinente.

Esa es la teoría. La práctica suele ser más complicada. En una biblioteca hay muchas cosas que hacer, y en ocasiones no muchas manos para hacerlas, por lo que las funciones se acaban repartiendo entre los miembros del equipo en función de la experiencia previa, la costumbre, la afinidad personal hacia las tareas, la habilidad personal,... 

Ello en principio no debería se algo negativo. Una mayor flexibilidad en la asignación de tareas puede conllevar, por ejemplo, un mayor grado de satisfacción personal: quizá por categoria laboral no me corresponda comprar la colección, pero puede que me parezca más enriquecedor comprar la colección que forrar libros. Además, la institución puede así aprovechar el talento de sus trabajadoras, más allá de lo que se suponga que diga su ficha de funciones, y ello puede acabar redundando en un mejor servicio hacia la ciudadanía, o en un servicio con mayor valor añadido.

En mi libro La biblioteca pública tras la pandemia de coronavirus apostaba por flexibilizar la realización de tareas justamente por los motivos aducidos más arriba: mejorar el servicio y aprovechar el talento de las trabajadoras, en un contexto complicado en el que para algunos centros toda ayuda parece poca para volver a recuperar un pulso "normal".

Por ello, argumentaba dejar a un lado los argumentos de "esto no me toca" o "esto no está en mi ficha de funciones", y solicitaba la colaboración de todos los trabajadores para desarrollar una ética de la creatividad.

Eso es lo que escribí hace dos años. Y, en virtud de lo visto en ese tiempo, he de decir que a veces dudo de si lo volvería a escribir.

Y es que, a pesar de las ventajas que pueda tener la flexibilidad en las funciones, qué duda cabe que dicha flexibilidad también puede ser un instrumento de injusticia, coherción y desigualdad.

Pensemos, por ejemplo, en la espinosa cuestión del dinero.

Los diferentes perfiles profesionales cobran un sueldo diferente en función de la categoría laboral. Aunque todos los perfiles acaban en la práctica llevando a cabo funciones que no les correspondería por su categoría, no es descabellado suponer que quienes acaban cayendo con más frecuencia en esa dinámica son las técnicas auxiliares de biblioteca.

El perfil de técnico auxiliar es un todoterreno. Quizá no disponga de conocimientos más puramente bibliotecarios como los referentes a la catalogación, pero no olvidemos que no pocas técnicas son bibliotecarias tituladas que, por cosas de la vida, se encuentran ejerciendo como técnicas. 

Además, como en el caso de las otras categorías, las técnicas pueden muy bien disponer de otras titulaciones que, en principio, les proporcionan conocimientos que pueden ser usados con provecho para la biblioteca (quizá en la compra de partes del fondo, o en las actividades de extensión). 

Por último, también hay que tener en cuenta que las técnicas suelen superar en número a las bibliotecarias (de categoría) en una biblioteca (aunque no necesariamente en todas), por lo que por pura estadística es más probable que por necesidades del trabajo acaben asumiendo funciones que no les corresponden. 

Y ahora la pregunta incómoda: ¿se le ofrecería un aumento de sueldo a una técnica que haya presentado muchas ideas de proyectos para su biblioteca?; ¿o que se encarga de comprar colección, o de gestionar las redes sociales sin tener conocimiento de gestión de redes, o de contar cuentos a los niños?

Es obvio que la respuesta es un rotundo no. Quizá podamos decir que no todo en la vida es cuestión de dinero, y que también cuentan factores como la motivación o el deseo de aprender, y que ello puede llevarnos a todas a hacer en ocasiones tareas que no nos tocaría. Y ello es muy cierto, pero negar que el dinero sea un factor importante es absurdo: ¿alguién estaría dispuesto a hacer las mismas funciones pero por menos dinero? Entonces, ¿por qué aceptar alegremente que nadie haga más funciones de las que le toca por el mismo dinero que cobraría haciendo sólo las que en realidad le pertoca?

Más allá de la cuestión monetaria (y otros relacionadas, como derechos sociales) hay una cuestión más corrosiva. 

Cuando se normaliza que los perfiles profesionales hagan tareas que no les correspondería (insisto, especialmente en el caso de las técnicas) se abre la puerta a eso que en inglés se denominan free riders: aquellos que se aprovechan del trabajo ajeno.

Y es que, si alguien piensa por mí los proyectos, ¿por qué debería molestarme yo en pensarlos?; si alguien puede mantener por mí la colección actualizada, ¿por qué hacerlo yo?; si alguien me prepara los cuadrantes de personales, ¿qué necesidad hay de que yo invierta mi tiempo en ello?

No quiero implicar que esas dinámicas se den siempre de mala fe, o de una forma consciente. Insisto: muchas veces somos nosotros mismos quienes nos prestamos a hacer tareas que no nos corresponden, ya sea por gusto, por desafío personal o por pura necesidad del servicio.

Así que, hay que remarcar, el quid de la cuestión es naturalizar, normalizar lo que no deja de ser una situación disfuncional: que en una organización haya perfiles profesionales que en teoría cobran en función de unas determinadas tareas pero que en la práctica acaban haciendo tareas que no les corresponden.

En ultimísima instancia esa dinámica beneficia a los responsables máximos del servicio: las autoridades municipales, ya sea en la figura de técnicos de cultura, de directores, regidores o demás.

Y es que lo importante parece reducirse a esto: que la biblioteca funcione, al menos de cara a la ciudadanía. Las situaciones disfuncionales con respecto a los perfiles pueden gestionarse sobre la marcha, si es que se gestionan en absoluto y no se aplica aquello de la política de hechos consumados.

Pero esa actitud puede ser contraproducente, máxime si se da el caso que los altos cargos sean quienes hagan las aportaciones de más dudosa consistencia.

Y es que aunque es de buen suponer que todo el mundo debería tirar del carro, también es de buen suponer que las personas que tengan más responsabilidad (y que, por tanto, también tengan más beneficios económicos y sociales) tiren más: que demuestren que tienen una visión sólida sobre lo que es la biblioteca y hacia dónde tiene que ir, que hagan aportaciones de más nivel o que sean personas que generen entre sus trabajadores un cierto sentido del respeto y la admiración.

Por supuesto que todos somos humanos, y no podemos pedirnos niveles inalcanzables de excelencia, de creatividad, de inteligencia. Pero ello no debería llevarnos a normalizar lo contrario: la mediocridad.

Normalizar esa mediocridad es una buena forma de afianzar el cinismo y el desencanto entre los trabajadores de una organización, de la que sea (no importa que sea una biblioteca). 

No pretendo negar la responsabilidad individual de cada cuál, cayendo en aquello de "la culpa es de los de arriba", porque en el mundo humano las cosas siempre acaban siendo más complicadas de lo que parecen. Pero lo cierto es que tampoco parece razonable pedir más responsabilidad y más dedicación a las partes más débiles de la cadena.

Por el bien de unas instituciones sanas, creativas y con posibilidades creativas, no estaría de más que de vez en cuando tuviéramos conversaciones más francas sobre las tareas y las responsabilidades que se debería (razonablemente) esperar de cada cual.



Este artículo apareció originalmente en el blog Biblioteconomía de guerrilla:
 https://biblioteconomiadeguerrilla.wordpress.com/2021/12/30/sobre-el-problema-de-las-tareas-de-las-categorias-profesionales/

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