Que las bibliotecas evolucionan, que han de adaptarse a las nuevas necesidades y a los nuevos usos, son afirmaciones que forman parte del sentido común bibliotecario de la época. Como ya hemos mencionado últimamente en este blog, las estadísticas parecen mostrar lo que intuimos en el día a día: un descenso en los préstamos y un incremento en la asistencia a actividades culturales varias, aunque con los matices y las excepciones de cada caso concreto, como no puede ser de otra manera.

Así pues, la biblioteca ha de evolucionar para afianzarse en ese nuevo papel que parece querer la ciudadanía.

Pero una pregunta muy interesante es ¿por qué la ciudadanía parece querer esa nueva biblioteca? Es decir, ¿por qué los ciudadanos parecen demandar cada vez un poco menos el préstamo y la lectura, y cada vez un poco más las actividades culturales?

Supongo que se pueden aducir diferentes motivos para responder a esa pregunta. Aquí sólo me gustaría sugerir brevemente alguno de ellos. Me apresuro a puntualizar que este no es un blog académico o de investigación, sino un blog de opinión. Por lo tanto, así debería ser juzgado este artículo. La intención es invitar a seguir la pista a alguno de los posibles motivos para ese cambio, y no sentar cátedra ni pretender tener la razón totalmente, ni afirmar que no haya otros factores o que todos tengan la misma importancia.

En realidad, los factores que mencionaré son los viejos sospechosos habituales que seguro todos tenemos en mente.

Dicho lo cual, quizá podríamos rastrear ese cambio, esa aparente pérdida paulatina de interés en la biblioteca como “almacén de libros” en la escuela.

Hay varios motivos para ello. En primer lugar, la merma progresiva de la biblioteca escolar. Mal equipadas, con profesionales que hacen lo que pueden con lo que hay, si es que cuentan en absoluto con profesionales bibliotecarios, la biblioteca escolar no puede ser lo que debería ser: un punto de encuentro de niñas y niños con la lectura, un lugar en el que se les incite e invite a encontrarse con el libro y con lo que implica. Quizá no debería servir solo para eso, y como este blog no trata de biblioteca escolar ni soy un entendido en la cuestión poco más puedo añadir. Pero lo que está claro es que sin esa institución, y con la biblioteca pública ejerciendo la función de la biblioteca escolar de forma subsidiaria, no empezamos precisamente bien nuestra relación con la lectura.

Si seguimos en el colegio, no faltan voces que afirman que la escuela se encuentra en una crisis autoinducida en cierta forma: se ha hecho un caso excesivo a pedagogos y gurús de diverso pelaje que han servido como coartada ideológica para imponer unas reformas educativas que están desmembrando el sistema escolar y acabando con buena parte de sus logros. Así lo afirman, entre otros, Gregorio Luri, en especial en su libro La escuela no es un parque de atracciones.

Para nuestro tema ello es importante porque como afirma Luri, el hecho de que en la escuela se dejen de lado los contenidos académicos en detrimento de los conocimientos tiene un impacto muy negativo en la comprensión lectora de los alumnos. Y, de nuevo, eso no son buenas noticias para la biblioteca pública como un centro dedicado a la lectura.

Pruebas de lo comentado por Luri (y otros), podrían ser noticias con titulares como que La OCDE evidencia el estancamiento en comprensión lectora de la generación de españoles que estudiaron con la Logse , o España es uno de los países de la UE donde más se estanca la comprensión lectora entre los 15 y los 27 años , o España, por debajo de la media UE en comprensión lectora

Y cómo no, tenemos los resultados del famoso informe PISA. En su última edición, la comprensión lectora de los alumnos españoles es de 477, y como se explica en el excelente blog Comprensión lectora basada en la evidencia:

Está 19 puntos por debajo de la obtenida en PISA 2015.

Es la segunda más baja obtenida, en competencia lectora, por España en una prueba PISA. Es superior a los 461 puntos de la Edición de 2006.

Está 10 puntos por debajo del promedio de la OCDE.

Está 12 puntos por debajo del promedio de la Unión Europea.

Está 27 puntos por encima del resultado de Chile, el siguiente país hispano-hablante con mayor puntuación.

Supongo que con el paso del tiempo todo ello tiene algún tipo de impacto en los índices de lectura. El año 2020 fue excepcional en ese sentido, y por supuesto en otros muchos: debido a la pandemia y al confinamiento, el consumo de libros aumento de forma notable. Una imagen menos distorsionada, por tanto, la puede ofrecer el año 2019, según los datos del Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España durante 2019 que elabora anualmente la Federación de Gremios de Editores (FGEE). El titular es:

Los índices de lectura mejoran en España, y el 68,5% de la población se declara lector, un hábito que es más frecuente en las mujeres, y que ha subido un 1,3 puntos respecto en el último año y más de 8 puntos desde 2010.

Es una buena noticia… con matices:

Mujer, universitaria, de área urbana y con 55 años o más es el perfil del lector frecuente en España. Y aunque mejoran las cifras, sigue habiendo un alto porcentaje de población que no lee libros, con un 37,8% de la población que no lo hace en su tiempo libre y un 31,5% que no lee nunca.

El barómetro, patrocinado por el Ministerio de Cultura y CEDRO, pone de manifiesto que cerca del 50% de los españoles que confiesan no leer nunca o casi nunca lo achacan a la falta de tiempo mientras que el 62,2% de los lectores mayores de 14 años dicen que lo hacen por ocio.

Dentro de este último grupo, el número de libros que leen al año llega casi a una media de 11.

La diferencia de hábitos entre géneros (un 68,3% de las mujeres que lee en su tiempo libre frente al 56% de los hombres) llega a su máximo exponencial en el tramo de edad entre 55 y 64 años, donde supera los 29 puntos porcentuales.

Por edades, los jóvenes entre 14 y 24 años se mantienen como el grupo de población adulta con mayor hábito lector, aunque destaca la caída significativa que se produce a partir de esa edad. El hábito se recupera entre las mujeres mayores de 35 años pero no así entre los hombres, de tal forma que el porcentaje de lectores masculinos en tiempo libre a partir de 25 años se sitúa por debajo del 60%.

El nivel formativo es otro de los aspectos determinantes en los hábitos de lectura: el 83,3% de los universitarios son lectores en tiempo libre.

Edad avanzada de la lectora frecuente, hábitos lectores que cuesta recuperar, influencia del nivel formativo en el hábito,… dibujan, como no podía ser de otra forma, un cuadro complejo.

Como ya comentamos en otras entradas de este blog, el análisis de Pedro Lázaro de los datos de hábitos de lectura 2018-2019 permite concluir que 3/4 partes de españoles no pisaron una biblioteca en el año anterior, y que las bibliotecas públicas estarían cubriendo tan solo el 9,2% de la lectura que la población lleva a cabo.

Si ese 1/4 de personas que sí que acuden a la biblioteca es mucho o poco supongo que va en función de las expectativas previas, o de cómo cada cual interprete los datos. Podemos decir que es mucho, y que no deberíamos obsesionarnos con que las bibliotecas estén siempre llenas, y supongo que habrá parte de razón en ello. Pero no deberíamos olvidar que en las bibliotecas se tienen muy en cuenta los números a la hora de realizar inversiones, y que no deja de ser «lógico» (desde cierta óptica) que se acabara pensando si determinadas inversiones compensan el uso limitado que de ellas se haga.

Precisamente el tema de la inversión municipal en bibliotecas es otro factor que debería ser tenido en cuenta a la hora de explicar que la ciudadanía se decante por un tipo de centro u otro. Todavía recordamos cómo en los años de plena crisis iniciada en 2008 había bibliotecas que no disponían de fondo para comprar las preciadas novedades. Una biblioteca no es un librería, y su funcionamiento no debería depender de tener las últimas novedades editoriales, pero qué duda cabe que una fracción importante de usuarios utiliza las bibliotecas en función de las novedades que sea capaz de servir.

También aquí podríamos preguntarnos hasta qué punto se puede mantener el discurso de la necesidad de seguir invirtiendo en bibliotecas si los números van a la baja (de nuevo, siempre con las excepciones pertinentes). Por ejemplo, en la comunidad de Madrid se desencadenó una disputa por la paralización de las inversiones del plan de bibliotecas, que prometía inaugurar tres nuevos centros. Está claro que si no hay centros nuevos y de proximidad, estos no se usan y los vecinos no podrán disfrutar de los beneficios que les ofrece las bibliotecas. Aunque también está claro que se necesita un público dispuesto a utilizar las bibliotecas.

Hay factores más amplios que podrían ser tenidos en cuenta a la hora de explicar un supuesto cambio de preferencia del modelo bibliotecario.

Uno de ellos es la aparente disolución de las comunidades tradicionales que, se dice, el neoliberalismo ha propiciado en los barrios. Puede ser cierto, pero estaría bien recordar que el neoliberalismo no tiene vida propia, y que esa disolución de las comunidades es el resultado de políticas municipales, tendencias macroeconómicas y preferencias personales.

Los ritmos de vida impuestos por el trabajo, el urbanismo especulador, y los cambios demográficos son claros sospechosos a la hora de explicar esa disoluciones de los lazos comunales. Pero, como digo, son fenómenos que no se han dado sólos: las autoridades políticas han tenido mucho que ver en el diseño y en la planificación urbanística, así como en las políticas demográficas, en el control o falta de control de los precios de la vivienda, en las políticas sociales, y etcétera. Así mismo, los individuos también toman sus propias decisiones: puede que el urbanismo neoliberal de casas apareadas para personas que quieren creerse de clase media haya sido una buena parte del problema, pero pensar que la alternativa es que los ciudadanos apuesten por seguir formando parte de comunidades en las que ya no se reconocen, o de las que aspiran a abandonar para mejorar su posición social y sus condiciones de vida, es ilusorio.

Y cómo no, otra tendencia general es la tecnología y su uso. Internet ha provocado importantes convulsiones en diversos votos, y entre ellos el cultural: la manera en que consumimos cultura ha cambiado, y el modelo cultural y de ocio se ha ido alejando cada vez más de los formatos físicos que siguen poblando las bibliotecas.

Tampoco aquí se puede decir que el cambio haya sido casual. Ello no implica caer en el extremo tan divulgado últimamente de considerar que hay una especie de complot planetario por parte de las grandes empresas tecnológicas para apoderarse de nuestro libre albedrío y dominar nuestra voluntad a base de datos y algoritmos. Quizá más bien lo que haya sucedido es que los modos de vida actuales hayan impuesto de una forma emergente: sencillamente, una cosa ha dado pie a otra hasta llegar a nuestro revuelto

Eso no quiere decir que no haya habido un interés en forzar el curso de las cosas en determinadas direcciones. Quizá no haya habido un plan global deliberado, pero está claro que aquí tampoco ha habido nada inocente. El trabajo de gurús, consultores, opinadores e «intelectuales» ha sido aquí fundamental: se nos ha presentado un futuro deslumbrante al alcance de la mano, con la condición de que dejemos atrás los viejos hábitos de pensamiento, la obsoleta cultura libresca y abracemos conceptos como el aprender a aprender, el pensamiento crítico y el reciclaje continuo.

Discursos todos ellos más que dudosos, pero que han tenido el fin que se pretendía: consolidar no sólo el uso de las tecnologías, sino un estado de opinión favorable a las mismas, a sus bondades y a la necesidad de su adaptación, cuanto mas rápida mejor. Todo ello en detrimento de los usos y las formas culturales que venían siendo la norma, algo que no ha beneficiado precisamente a las bibliotecas.

Y hasta aquí la breve mención a los que, en mi opinión, serían los motivos más importantes que podrían ayudar a explicar lo que se nos presenta como el cambio de preferencia de la ciudadanía de un modelo bibliotecario de «almacén de libros» a otro basado en la «creación de comunidad».

Como he apuntado al principio, seguro que no son factores sobre los que no se haya reflexionado ya. Lo que me interesa remarcar es el hecho de que esas dinámicas no se han impuesto solas, sino que han sido el producto acumulado de decisiones institucionales y personales.

Y me parece relevante hacer esa puntualización porque es cierto que las bibliotecas deben dar respuesta a las necesidades de su comunidad, pero no lo es menos que a veces las necesidades se crean y también se destruyen.

En demasiadas ocasiones da la sensación de que los bibliotecarios se acogen al discurso de los hechos consumados: dado que la ciudadanía parece querer otra cosa, habrá que dársela. Pero con ese parecer, los factores que explican el cambio de preferencia quedan siempre por debajo del radar, y con ello la responsabilidad en dicho cambio de los diversos agentes implicados.

Si la biblioteca ha de cambiar, que así sea, porque al fin y cabo los bibliotecarios de mostrador poco podemos hacer para cambiar ciertas situaciones. Pero estaría bien recordar que la biblioteca no cambia, ni evoluciona, sino que se la hace cambiar y evolucionar en ciertas direcciones, que pueden estar justificadas o que pueden ser necesarias, pero que son contingentes, no un producto inevitable de la historia, y por lo tanto son el producto de ciertos juegos de intereses y de ciertas decisiones más o menos conscientes.

*Este artículo se publicó originariamente en el blog Biblioteconomía de Guerrilla



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