Recientemente he presenciado cómo en una conversación sobre el futuro de las bibliotecas se echaba mano de una socorrida dicotomía: la de bibliotecarios conservadores vs. bibliotecarios liberales.

Debemos esa distinción a un artículo escrito ya hace unos años por Wayne Bivens-Tatum titulado justamente Conservative Librarians and Liberal Librarians. Recordemos brevemente qué es cada tipo de bibliotecario para Bivens-Tatum, citando al mismo autor. Las citas serán un tanto extensas, pero harán más justicia al espíritu original del artículo que una reinterpretación.

Así pues, según Bivens-Tatum, a los bibliotecarios conservadores…

les gusta el statu quo, para bien o para mal. No les gusta el cambio y luchan contra él. En las discusiones sobre el cambio, intentan ofuscar los problemas con argumentos irrelevantes, razonamientos falaces y cualquier otra cosa que puedan hacer para desviar la atención de los problemas existentes y las formas de resolverlos. Si alguien piensa que tal vez una situación actual tiene algunos problemas y que la gente debería tratar de resolver algunos de esos problemas, los bibliotecarios conservadores se resistirán, a veces escribiendo diatribas enojadas que difaman incoherentemente a sus oponentes y, a veces, escribiendo ensayos cautelosos y sobrecalificados que impugnan sutilmente el profesionalismo de los que no están de acuerdo con ellos.

Los bibliotecarios conservadores no tienen metas positivas. Sus objetivos son totalmente negativos. Primero, detener cualquier cambio en el statu quo. En segundo lugar, detener las conversaciones sobre cambiar el status quo y, si eso no es posible, oscurecer o descarrilar las conversaciones. Nunca saldrán y simplemente dirán: «Me gusta el statu quo y no quiero que cambie pase lo que pase y desearía que te callaras». Y les molesta que los llamen conservadores y lo negarán con vehemencia, porque si se reconoce que son conservadores que se oponen a todo cambio, independientemente de sus méritos, entonces sus argumentos, tal como son, serán inmediatamente ignorados por la mayoría de la gente.

Casi nada. ¿Y qué hay de los bibliotecarios liberales? Pues exacto, todo lo contrario:

Por otro lado, tenemos bibliotecarios liberales. Los bibliotecarios liberales están más abiertos al cambio porque son inteligentes, amantes de la diversión y tolerantes. El statu quo no les brinda ninguna comodidad particular y no temen la posibilidad de que las cosas cambien si eso significa una mejora. No quieren el caos, pero no les importa la experimentación y el progreso gradual. Les gusta la libertad de discusión no solo para ellos sino para otras personas. No intentan cerrar u oscurecer las conversaciones. Todo lo contrario. Si los bibliotecarios liberales tienen algún defecto, es que tienden a discutir las cosas hasta la saciedad. Son de mente abierta y quizás un poco demasiado idealistas. A veces sueñan demasiado, pero creen que, si bien las utopías no existen, aún brindan motivación para hacer un mundo mejor que el que tenemos ahora.

A los bibliotecarios liberales les gusta tomar lo que encuentran y dejarlo mejor que como lo encontraron. Los bibliotecarios conservadores encuentran esto desconcertante porque siempre prefieren lo que tienen a lo que podría ser mejor, porque incluso si el resultado final es mejor, el proceso de cambio siempre es malo. Cuando los bibliotecarios liberales hablan de posibilidades de mejora, los bibliotecarios conservadores se centran en las consecuencias negativas no deseadas. Cuando los bibliotecarios liberales describen mejores formas de hacer algunas cosas, los bibliotecarios conservadores afirmarán que cualquier pequeña mejora no hará ninguna diferencia real de todos modos, por lo que no tiene sentido intentarlo. Cuando los bibliotecarios liberales dicen que quieren libertad, los bibliotecarios conservadores etiquetarán esa libertad como tiranía.

Para cerrar el cuadro, Bivens-Tatum escribe que no hay nada intrínsecamente malo en ninguno de los dos tipos de bibliotecario, y que las bibliotecas necesitan de la participación de ambos.

Lo curioso de mi anécdota es que los participantes en la discusión parecían no percatarse de que el objetivo de Bivens-Tatum era realizar una sátira de la muy dañina manía de centrar las discusiones en dos bandos complemente definidos: aquellos que se oponen al cambio de forma cerrada, y aquellos que están dispuestos a abrazar con alegría cualquier tipo de cambio.

De hecho, el propio Bivens-Tatum tuvo que aclarar la naturaleza satírica de su escrito en un comentario al propio texto, como puede verse en la imagen:

El dicho artículo de Bivens-Tatum era a su manera una continuación de otro artículo denominado Two kinds of librarians, también de naturaleza satírica y que contenía un párrafo que creo que es el quid de todo el asunto:

La falsa dicotomía es algo útil y bello en su sencillez. Un pensamiento aterrador es que podría haber miles de bibliotecarios motivados por una variedad de valores. Es difícil comprender todos los valores, mucho menos el hecho de que incluso un solo bibliotecario puede tener múltiples motivos para actuar. Afortunadamente, no tenemos que entenderlo. Simplemente podemos dividir a los bibliotecarios usando varias dicotomías falsas. Los estoy dividiendo en bibliotecarios que dividen a los bibliotecarios en dos tipos y los que no, porque es mucho más fácil para mí entender el mundo de esa manera.

Es justo eso: es muy fácil, y muy tentador, tratar de zanjar cualquier discusión con una etiqueta que simplifique y ordene lo que puede ser una realidad complicada. En mi opinión, si hablamos del uso de esas dos categorías ficticias de bibliotecarios, apostaría a que es muy fácil zanjar la discusión sobre el cambio en las bibliotecas aporreando al interlocutor con la etiqueta de “conservador” o “tradicional”. Y es que los nombres suelen llevar asociados ciertos valores, colores y matices, como muestra con mucha sorna el escrito de Bivens-Tatum.

Así pues, ¿que no acabas de ver claro para qué tu biblioteca necesita un makerspace, un fablab, o esa actividad de extensión cultural de relumbrón? Eso es porque eres un bibliotecario conservador, y ni siquiera te has dado cuenta.

Uno puede resistirse a un cambio por diferentes motivos. Sin duda algunos habrá que tengan que ver con los miedos y los prejuicios particulares, pero quizá otros estén basados en buenos motivos, o en motivos no despreciables. Eso no quiere decir que el cambio haya de ser paralizado por los dichos motivos: todos sabemos que hay que cambiar e innovar, como reza el adagio. Pero los cambios mal digeridos, o por razones no del todo acertadas, pueden ser contraproducentes. Para un ejemplo, les invito a leer la reseña del libro de J-P Gallo León Espacios de biblioteca, que publiqué en este mismo blog.

En fin, no caigamos en lo que el propio Buvens-Tatum trataba de denunciar con su sátira, y no nos tomemos demasiado en serio etiquetas facilonas para encasillar a los bibliotecarios frente a las dinámicas de cambio.

*Este artículo se publicó originariamente en el blog Biblioteconomía de Guerrilla



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