*Por una cultura de la ética en la gestión de la información: un paso más
en la ética profesional*


*Paz Fernández Fernández-Cuesta*

https://urldefense.com/v3/__https://orcid.org/0000-0003-1788-4677__;!!D9dNQwwGXtA!Tp2gjowxR30BkBxxAaVR2XDUbi40msXxPAz2XizwiWehNTJqGWX9QtuKZDWgEnkphWmmspDosT5h2xDf4mWc99A$ 

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Se considera a menudo la ética algo etéreo, inmaterial y abstracto; una
aspiración inalcanzable que, sin embargo, reclamamos recurrentemente en
periodos de incertidumbre legal, moral, política o tecnológica, ya sea en
conversaciones, titulares, ponencias o eventos como si al invocarla
pudieran disiparse mágicamente las frustraciones o los conflictos morales.


Sin embargo, la ética es lo contrario a lo indefinido o a lo teórico; es
una parte de la filosofía moral que cuestiona y reflexiona sobre acciones y
comportamientos concretos en orden a lograr en cada momento la acción
virtuosa, conformando y transformando el carácter moral individual,
profesional o social.


En los últimos años, especialmente a raíz de la pandemia de la COVID-19 y
de la evidente presencia de la inteligencia artificial en todos los
ámbitos, se ha despertado un interés por la ética como campo de estudio y
por la ética aplicada ya sea la bioética, la genética, la ética económica o
empresarial, o la ética de la información y de los datos. Los cambios y sus
consecuencias son de tal magnitud que urge un replanteamiento ético en la
actividad profesional y para ello hay que “conseguir tiempo para cerrar los
ojos, recuperar el silencio y la atención profunda” (Han, B.Ch., 2021), y
retomar el pensamiento crítico, la reflexión previa a la acción y la
prudencia como elementos insustituibles en la ética personal y en la ética
profesional, ya que el ser humano (a diferencia de las máquinas y de los no
humanos) debe ser consciente y responsable de las consecuencias morales de
sus decisiones para sí mismo, para su organización y para su entorno.


*Ética profesional de la gestión de la información*

Los profesionales, las profesionales y las organizaciones se comunican
constantemente entre sí y con la sociedad. Es un diálogo en el que
intervienen la persona, la profesión, el sector de actividad, los clientes
o los usuarios, la institución, la comunidad y la sociedad. Un conjunto de
interlocutores tras los cuales existen códigos intangibles, entre los que
encontramos principios y valores éticos, que anticipan, complementan,
enriquecen o defraudan la recíproca percepción de unos y otros.


El grado de calidad apreciada por el receptor en esa comunicación construye
una reputación con la que la comunidad define al profesional, a la
profesión y a la organización. Así, una relación profesional de calidad
será mejor valorada en tanto sea acompañada de la adecuada competencia
técnica y científica, - alcanzada en estudios universitarios y en escuelas
especializadas-, de organizaciones profesionales que la apoyen, de un
respaldo legal del ejercicio que realiza y de la aceptación de un código
deontológico común con el que responder a la actividad y a la misión que se
espera de ella (Wilensky, 1964). Por consiguiente, las profesiones las
conforman principalmente personas que aplican los conocimientos, la
legislación o los derechos que corresponden a su actividad en sincronía con
su deontología profesional.


Definir hoy el sector de la gestión de la información es hablar de un
colectivo en plena transformación. El sector ha cambiado en la Era de la
información al compás de la evolución de los soportes analógicos, digitales
y virtuales; en la actualidad el contenido, descripción y tratamiento de la
documentación es factible de ser descompuesto en datos que, a su vez, se
pueden analizar, transformar y crear con ellos nuevo conocimiento y
productos diferentes; el archivo ya no es solo el testimonio del poder
administrativo, social, político o económico; la biblioteca no solo
conserva materiales bibliográficos sino que ofrece múltiples actividades de
dinamización, conecta y educa comunidades y se ha convertido en un refugio
seguro para grupos vulnerables; el museo  conserva obras artísticas que son
documentos en sí mismas. Hoy se documenta todo, se etiqueta todo y se
transforma en datos; lo que no se documenta, por lo tanto, no existe y,
sobre todo, no va a existir en el futuro.


Por consiguiente, el abanico de los perfiles profesionales que gestionan
información en algún momento del proceso documental  – desde la
identificación y llegada del documento hasta las diversas vías y productos
que el tratamiento digital permite –  no se limita a bibliotecarios,
archiveros, documentalistas o conservadores sino que una gestión total de
la información requiere equipos interdisciplinares compuestos por
tecnólogos, informáticos, curadores de datos digitales, estadísticos,
analistas y científicos de datos, intermediadores de información
especializada que trabajen en colaboración con investigadores, y
dinamizadores y trabajadores sociales. En resumen, una galaxia de
constelaciones brillantes, cada una con su cultura, sus problemas, sus
valores, sus referentes y sus ejemplos.


Ante esta dispersión, la deontología profesional se convierte en un
elemento aglutinador que aporta identidad y unifica comportamientos.
Concebir y pensar la actividad laboral conforme a principios y valores
éticos profesionales implica una aspiración profunda en el cumplimiento de
la misión de los gestores de información, es decir, exige esforzarse por
hacer llegar información de calidad y fiable a todas las personas sin
condiciones de ningún tipo, en la firme creencia de que la educación y el
conocimiento son la base imprescindible para luchar contra el control, el
miedo, la inseguridad, la pobreza, la desigualdad, la desinformación, la
censura, y todas aquellas otras manifestaciones interesadas en dominar a
las personas y al planeta.

El desarrollo tecnológico necesita contenidos en los que basar sus avances
e innovaciones. Nutrir, captar y gestionar esos recursos es relativamente
fácil. Sin embargo, preguntarse por las consecuencias morales, sesgos o
riesgos para terceros -   más allá incluso de lo que dicta la legislación –
requiere atención y tiempo para llevar a cabo una reflexión no solo desde
la ética personal, sino aún más desde la ética profesional y desde la ética
de las organizaciones.


Uno de los instrumentos – no el único – a los que acudir es el código
deontológico profesional, una herramienta de gestión para la detección y
resolución de las dudas y conflictos morales surgidos en el ejercicio de
una actividad y de forma especial en periodos de transformación social y
tecnológica; el código ético recoge los principios y valores identitarios
en los que apoyarse en la toma de decisiones ante sí mismo, ante la
profesión y ante la sociedad; es un documento que persigue una ética de la
virtud en el quehacer profesional y que compromete con la reflexión, la
crítica, la controversia y el debate, y que como mínimo recuerda que “las
personas podemos decidir reflexionar sobre nuestras actuaciones, intentar
apreciar si existe o no coherencia en nuestro modo de obrar en distintas
situaciones, tratar de entender por qué hay incoherencia, cuando hay, y
también tomar la decisión de extender al conjunto de la vida la actuación
honesta y justa, o bien al menos tomar conciencia de por qué no es posible
hacerlo”. (Cortina, A. 2013).


El primer código ético de bibliotecarios fue redactado por la American
Library Association en 1939 (en 1930 había publicado un borrador), y hasta
la fecha se ha actualizado en cinco ocasiones; es decir surgió en el
periodo de entreguerras y tras el crack de la bolsa de Nueva York, y ha
servido de guía e inspiración para los siguientes.


La incorporación de los desarrollos tecnológicos, las aspiraciones sociales
o el reconocimiento de colectivos ignorados hasta hace pocas fechas han
conseguido la sensibilización de una gran parte de las organizaciones
profesionales acerca de la necesidad de contar con códigos éticos y textos
actualizados. La Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios
y Bibliotecas (IFLA), fundada en Edimburgo en 1927, redactó su código ético
en 2012, tras estudio de otros muchos publicados en su web.


En la sección de la IFLA dedicada a cuestiones de ética profesional (*Advisory
Committee on Freedom of Access to Information and Freedom of Expression*,
FAIFE), están publicados los códigos de 60 asociaciones nacionales con su
enlace correspondiente. En primer lugar, hay que reseñar que en el momento
de este análisis no funcionaba el enlace a 11 casos, por lo que los datos
se limitan a 49 países entre ellos España. Calculando en porcentajes
observamos que

a)  el 6% de los códigos se redactaron antes del surgir de Internet (10
países)

b)  otro 6% se redactaron con el surgir de la web (www) (10 países)

c)  El 78% se adoptaron en el siglo XXI, en plena era de la información (29
países).



Existen además otros instrumentos de gestión ética que permiten la
actualización para asuntos urgentes o en proceso de consolidación. IFLA y
el Consejo Internacional de Archivos (ICA) no han actualizado sus códigos
éticos, sino que vienen publicando recomendaciones o normas de conducta
sobre diversidad, memoria histórica, actuación ética ante catástrofes y
destrucciones por guerra, propiedad intelectual, diversidad, género y raza,
o sobre inteligencia artificial entre otras muchas recomendaciones, para
atender temas candentes con rapidez.


*Ética profesional en el panorama español*

Para el caso español la secuencia cronológica en la adopción de un código
deontológico la inicia la ANABAD al asumir el *Código ético del Consejo
Internacional de Archivos* (1996) al igual que hizo la Associació
d’Arxivers de Catalunya que lo tradujo al catalán; tras esto, hay que
esperar diez años para encontrar el primer código ético bibliotecario
elaborado en territorio español: el código ético del Col.legi de
Bibliotecaris y Documentalistas de Catalunya (2006), únicamente vinculante
para sus colegiados, y que abrió con ello un importante camino.


Por su parte, la Asociación Española de Documentación e Información
(SEDIC), de ámbito nacional, creó un grupo de trabajo específico para la
elaboración de su Código deontológico en 2009, el cual fue aprobado por su
Asamblea en 2013 y asumido como Código ético de los profesionales de
bibliotecas y otras áreas afines por FESABID también en 2013. Años después,
los cambios sociales, medioambientales y tecnológicos propiciaron la
actualización de dicho Código deontológico de SEDIC cuyo texto final fue
adoptado en Asamblea en noviembre de 2022.


En sendas oleadas de encuestas elaboradas por SEDIC en 2010 y en 2022 se
preguntó al colectivo sobre cuál era la manera idónea de aprender los
principios y los valores profesionales. En ambas consultas, los resultados
indicaron en un alto porcentaje la importancia de su enseñanza en los
estudios universitarios de Información y Documentación.


Revisados los planes de estudios de las facultades en los que se imparte la
disciplina, se detecta que, a pesar del aparente interés por la ética
profesional, su enseñanza está tímidamente presente en los planes de
estudio del Grado. De tal manera de las once universidades que imparten el
Grado en Información y Documentación (con variantes en la denominación), la
asignatura Ética y deontología profesional, con calificación básica u
optativa, aparece en las facultades de Extremadura, La Coruña, Salamanca,
Universidad de Barcelona, Universidad Carlos III de Madrid y Universidad
Complutense (6). En la Facultad de Información y Documentación de la
Universidad de Murcia, único centro en la que la asignatura es obligatoria
pertenece a un plan en extinción. En el nuevo plan se ha diluido en una
asignatura optativa denominada “Comportamiento y hábitos informacionales”,
al igual que sucede en la Universidad de Valencia que ha recibido el título
“Estudios de Conducta Informativa y Necesidades de Información” y no figura
como tal en el Grado de las facultades de Granada, León y Zaragoza.


Un aspecto positivo ha sido la inclusión desde 2019 de un epígrafe dedicado
a ética y deontología profesional en las oposiciones de Ayudantes y
Facultativos de Archivos, Bibliotecas y Museos en el tema dedicado a la
profesión, perfiles, competencias y desarrollo profesional. Es un paso
tímido pero alentador que puede marcar la necesidad de su conocimiento
conforme vaya evolucionando la implementación de la inteligencia artificial
y los cambios sociales en las unidades de información.


*Por una Cultura de la ética en la gestión de la información*

Los rápidos desarrollos tecnológicos, las transformaciones sociales y
medioambientales o la diferente jerarquía de valores entre generaciones y
entre geografías están reclamando algo más profundo en la gestión diaria
del ecosistema digital que la legislación y las sanciones, la
autorregulación y los códigos de conducta de las empresas o la ética
profesional por sí sola.


Recientemente en un inspirador estudio de la consultora SYPartners con sede
en Nueva York proponía la construcción de una fuerte “Cultura de la
inteligencia artificial” (Building an AI Culture) que uniera y diera
coherencia a la estrategia de IA de una organización con sus recursos
humanos, económicos y tecnológicos; es decir, proponía dotarse de un
sistema de significados y valores éticos de la IA compartidos por los
miembros de un colectivo, diseñado y adoptado tras escuchar, formar y
debatir con todas las partes implicadas (empleados, clientes de las
herramientas, suministradores de datos o desarrolladores de proyectos) y
así detectar los riesgos y encontrar los beneficios de la IA para el ser
humano.


Asumiendo las múltiples facetas con las que se enfrenta hoy la gestión de
la información realizada en unidades de información con objetivos y
recursos muy dispares, parece oportuno dar un paso más en la ética de la
información y, a partir de la deontología profesional, sembrar la necesidad
de generar una consciente cultura de la ética para la gestión de la
información como elemento aglutinador de los diversos perfiles y múltiples
vertientes de una profesión en un momento crucial de cambio; para ello, y
siguiendo el modelo citado, primero habría que diseñar una estrategia ética
(del colectivo o de la organización) y preguntarse por los posibles
conflictos éticos de cada una de sus actividades y  de sus componentes
técnicos, económicos, humanos o tecnológicos para, tras consulta y debate
con todas las partes implicadas (usuarios, equipo, dirección, proveedores y
tecnólogos), construir un sistema de valores y significados compartidos que
enlazara a los profesionales entre sí, con su organización y con la
sociedad de forma integral y responsable, buscando el beneficio y la
utilidad social. La pregunta es si estamos preparados para ello.




*Referencias*

Cortina, Adela. (2013) *¿Para qué sirve realmente la ética? *Barcelona:
Ediciones Paidós, p. 135



Cortina, Adela y Emilio Martínez (2015). *Ética. *Madrid: Akal.



Han, Byung-Chul (2021).* No-cosas: quiebras del mundo de hoy. *Barcelona:
Taurus, p. 100.



SYPartners (2024).* Building an AI Culture. *New York. (en línea)



WILENSKY, H. L. (1964). The Professionalization of Everyone? *American
Journal of Sociology,* 70(2), 137–158, 1964.









Natalia Arroyo, directora
Isabel Olea, coordinadora

Anuario ThinkEPI 2024
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