*Más allá del todo o nada: Nuances en la dicotomía cantidad vs. calidad en
la producción científica*

*Luis M. Romero-Rodríguez*

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*https://urldefense.com/v3/__https://orcid.org/0000-0003-3924-1517__;!!D9dNQwwGXtA!QIFAA_D09l4T51T9EcWSCmobTciiJwLCnEWOqa-Jqp9dIBfQ3RmNjRJFjcyd9A-7hB7FvDTXzcu6ahZj9mDgTYk$ 
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*Universidad Rey Juan Carlos*

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En el último lustro ha habido un auge de debates respecto a los límites de
la producción que un investigador puede generar. Una controversia que lleva
décadas revoloteando con poca institucionalidad, pero con un ruido *in
crescendo* que ya adelanto, este artículo no viene ni mucho menos a
aminorar. En España existe y se garantiza la libertad de cátedra, pero
cuidado con la investigación porque el tribunal de los tumultos puede
considerar que investigas mucho o poco, con calidad o carente de ella, sin
más pruebas, experticia o legitimidad que contar ítems desde el acceso
público a *Google Scholar* y sobre todo, algún que otro espurio interés o
agenda de exponer a ciertos investigadores ante la opinión pública.

Esta «discusión de altura» se ha dado de forma habitual en los pasillos de
las universidades. No salía de allí. Generalmente, los comentaristas y
tertulianos de corredor solían ser profesores que publicaban muy poco o
directamente no investigaban, y cuyo oficio en estas lides se limitaba a
juzgar a aquellos que sí lo hacían, algo muy típico de nuestra cultura
voyerista y de la envidia de los hijos de Caín. Hay emociones que carcomen
el brillo del talento, decía Voltaire, pero no pasaba de ser eso: una
emoción exteriorizada.



*La relativización de la producción*

Con esta humilde contribución, y sin interés alguno de polemizar, sino como
ejercicio reflexivo y pedagógico ¿Cuánto es lo máximo que debe o puede
publicar un investigador al año? David Baker, premio Nobel de Química 2024,
especialista en diseño computacional de estructuras de proteínas, publicó
más de 120 artículos solo en 2024 (un promedio de uno cada tres días),
registrando, además, casi una decena de patentes ¿Resultaría lógico pensar
que Baker realiza malas prácticas de investigación por publicar tanto, o
que sus investigaciones son baldías, inservibles o inválidas? Ni qué hablar
del prolífico caso del itinerante Paul Erdős que escribió alrededor de 1500
artículos colaborando con al menos 500 colegas en todo el mundo. Según la
*tiktoknización* de los inquisidores actuales, habría que llevar estos
temas al patíbulo de la opinión pública a ver qué dice la sapiencia de la
gente común y su consecuente pogromo, y esto es una gran victoria de los
tronistas digitalizados: sus improductivas voces se han amplificado,
logrando ya no solo que los medios se interesen por el morbo que generan
estos temas, sino que las mismas agencias de acreditación tomen nota de sus
inexpertos comentarios con popularidad y agenda de grupo de presión y lo
conviertan en políticas públicas, a veces con macabros toques discursivos
de «tiranía de la meritocracia» que busca perjudicar al que se esfuerza,
eliminando todo incentivo -si es que queda alguno- e incluso enviándolos al
ostracismo para beneficiar con luces de victimismo al que poco o nada hace
y mantiene el *status quo* que le otorga estar el púlpito del consistorio
calvinista.



Y aquí es donde los investigadores debemos separarnos del resto: en la
Ciencia, como en todo, existe siempre una relativización de la producción.
Por ejemplo, un científico del *CSIC* se supone que debería generar más
investigación que un profesor universitario porque el primero no tiene
obligaciones docentes. Pero estoy convencido, por ejemplo, que el
investigador más prolífico de Historia del *CSIC* u otra OPI no publica más
que un profesor de ingeniería informática promedio. No porque el primero no
dedique más horas a la investigación que el segundo, sino porque las áreas
de conocimiento funcionan de manera distinta. Mientras los investigadores
de Historia suelen trabajar en solitario, los datos no suelen encontrarse
tan fácilmente en abierto, los artículos tienen mayor extensión y
complejidad narrativa, y hay pocas revistas especializadas con procesos de
revisión por pares que tardan una eternidad en su recorrido editorial, la
investigación en ingeniería informática suele ser todo lo contrario; como
en los casos de Baker o Erdős, se publica en coautoría, los datos suelen
ser más accesibles, los artículos tienen una menor extensión y un estilo
más directo, y hay decenas de miles de revistas en las que pueden publicar,
algunas con sistemas de revisión rápida que garantizan la actualidad de los
resultados de investigación.



Y es que para poder relativizar la producción de un investigador hace falta
además comprender si publica en coautoría, pertenece a grupos, asociaciones
y redes de investigación, si participa en proyectos de I+D, si dirige tesis
doctorales y contratos pre/postdoctorales porque, como cuando se limpia una
casa, cuando la investigación se hace bien entre varios suele salir más
rápido, lo que permite mantener múltiples proyectos en paralelo que, en
lógica consecuencia, generarán más publicaciones, aunque insisto, esto no
funciona igual en todas las áreas de conocimiento.



Otro punto a tener en cuenta es la situación personal. Aspectos como estar
a cargo de hijos menores o de personas dependientes, así como haber tenido
periodos de incapacidad o permiso parental suelen ir, lógicamente, en
detrimento de la productividad en este y en cualquier otro ámbito. También
la situación laboral suele ser una variable importante, pues aquellos
investigadores que tienen un contrato a tiempo completo (incluyendo a los
contratados pre y post doctorales) suelen generar mayor producción que sus
pares con contratos a tiempo parcial o sin contrato, o aquellos que
compatibilizan gestión, docencia e investigación suelen tener menos
producción científica que aquellos que concentran mayor cantidad de horas y
descargas exclusivamente para la investigación. Este escenario
polifactorial puede verse afectado, además, por el rango etario del
investigador, pues por efecto de la curva de aprendizaje normal, a los
investigadores nóveles les suele resultar más dificultoso investigar y
publicar que a los *seniors*, que dominan las peculiaridades de su ámbito
del saber, tienen equipos de trabajo consolidados, e incluso financiamiento.



La producción científica -guste o no- no es igual para todos, por el simple
hecho de que algunos investigadores son más prolíficos que otros. Esto no
es nuevo y ya lo viene explicando la Ley de *Lotka* desde 1926. Sin
embargo, hoy en día se sigue debatiendo acerca del falso dilema de la
cantidad y la calidad, y parecieran estar ganando terreno discursivo y
mediático los *contra-natura* igualitaristas.



*Show must go on*

Imaginaos ahora liarla parda porque el investigador de Historia del *CSIC*,
cuyo salario de 40 horas semanales que pagamos entre todos no genera más
producción que el profesor de ingeniería informática promedio. O, por el
contrario, hacerlo con el ingeniero que «publica en demasía» frente a su
colega historiador, lo que conllevaría a pensar que sus investigaciones son
de ínfima calidad, da igual el número de citas que generen sus trabajos,
los premios obtenidos, o el reconocimiento por parte de sus colegas. Sería
cuanto menos injusto medir con la misma vara dos investigadores de dos
áreas tan disímiles entre ellos. Pero es que, incluso, dentro de una misma
área de conocimiento también puede resultar abusivo comparar.



Pongo el caso de Comunicación, que tiene temáticas como la Comunicación
Digital, muy prolífica y de datos medianamente actualizados de fácil
acceso, con un *hype* de interés de múltiples revistas y congresos (más
ahora con el auge de la Inteligencia Artificial) y con conexión
interdisciplinar con otras áreas (como la informática, la educación, la
psicología o la sociología), frente a otras vertientes de la misma
Comunicación más nucleares, como son la Teoría de la Comunicación, la
Historia de la Comunicación, o el análisis del discurso, los cuales por
antonomasia son más de *slow science*, de carácter reflexiva, pausada,
analítica y con datos que no siempre son accesibles o tratables de la misma
manera. En pocas palabras, son más «*slow*» no porque sean mejores o peores
en calidad –un concepto tan complejo y a la vez tratado con tanta
ligereza–, sino porque los datos no suelen caducar con inmediatez, ni
tampoco las revistas especializadas en estos temas publican a la misma
velocidad que sus pares más «tecnológicas». Por plantearlo negro sobre
blanco: puedes realizar perfectamente en 2025 un estudio sobre el
papel de *Televisión
Española* en la transición (1975-1982) que se publicará en 2027, pero no
una investigación sobre el impacto de *Tuenti* en la identidad digital de
la juventud en 2024.



*No es oro todo lo que reluce*

Para continuar con este ejercicio didáctico también resulta importante
entender que no todo lo que se publica en una revista científica es un
artículo científico, ni todo artículo proviene de una investigación
empírica, ni todo estudio publicado da resultados meritorios de un Nobel.
Como en los medios tradicionales, en las publicaciones científicas también
existen géneros como las editoriales, las introducciones y presentaciones
de números especiales, artículos de revisión, cartas y comentarios
científicos, los *short reports*, entre otros, que en muchos casos ni
siquiera pasan por un proceso de revisión por pares porque no exponen
resultados científicos, aunque hablen de ciencia. Incluso hay revistas que
dan voz a profesionales de reconocido prestigio y trayectoria que, sin ser
investigadores, pueden plantear estudios de caso o buenas prácticas,
aumentando así su vertiente de difusión y transferencia hacia los
*practitioners* y no quedándose como órganos de debate exclusivo de la
comunidad académica. Ahora bien, entre esos 120 «elementos» en los que
Baker figuró en 2024, no todos son artículos producto de investigación
empírica, sino que hay de todo: *short reports*, *work in progress*, *extended
abstracts*, editoriales, comentarios y artículos de revisión firmados de
forma coral ¿A que ahora se entiende con mayor verosimilitud la cifra? Por
eso juzgar *a priori* hace que el índice apunte a Baker, pero que los
cuatro dedos restantes de la mano apunten a los señaladores de oficio.



Entendería lo sorprendente del caso de un investigador de Historia,
Filosofía, Artes o Derecho que genere un artículo científico cada tres
días, que realiza en solitario y con revistas que suelen tardar una
eternidad en revisar y publicar, pero no necesariamente lo mismo sucedería
con un Nobel de Química, que lidera grupos de investigación internacionales
de alto rendimiento, redes de investigación, proyectos financiados, dirige
tesis doctorales y laboratorios con investigadores postdoctorales, y que
tienen cierta estructura y financiamiento que les permite organizar y
liderar investigación de primer nivel. Como en una orquesta sinfónica, el
director no toca ningún instrumento, pero debe conocer y organizar el
trabajo de todos para que el resultado sea el esperado, aunque en el
concierto solo veamos cómo oscila la batuta.



Sin duda, no todos los artículos de David Baker –por poner un nombre al
azar– ameritan un Nobel, porque como en todo, hay trabajos que salen
grandiosos y otros que no tanto (y esto es responsabilidad concomitante de
autores, revisores y editores), pero que como investigadores empecemos a
ver con naturalidad e incluso a aceptar sin más el discurso de la tiranía
de la meritocracia, o a asumir como cierto que hay algo malo cuando se
publica «mucho» es, a mi humilde opinión, el primer paso para terminar de
darle la extremaunción a lo que queda de incentivo a la productividad y,
por consiguiente, allanar el camino a una evaluación científica injusta,
con baremos opacos y subjetivos, y sobre todo sin garantías. No debemos
olvidar la infame «lista negra» de revistas que alguna vez encargó y
publicó *ANECA*, nuestra agencia de evaluación y acreditación del
profesorado, en la que se tachaban de depredadoras revistas como *Nature*,
*Science*, *The Lancet* o *PlosOne*, porque se consideraron de
"comportamiento no estándar" o lo que sea que significase ese eufemismo.
Las sombras de sus consecuencias todavía revolotean en el inconsciente
colectivo, aunque no durara vigente ni siquiera medio año.



*Cambiar la diana de lugar*

Estoy convencido que nos reiríamos al unísono de quien diga en voz alta que
el director de la orquesta es un inútil aprovechado porque solo mueve un
palito que no suena mientras los demás hacen el trabajo, pero la
autocensura que nos han impuesto las minorías ruidosas del pasillo digital
(Noelle-Neumann *dixit*), hacen que la razón quede enterrada ante el
silencio de la autocensura, y esto no solo está pasando en el caso de este
falaz dilema que titula esta opinión.



Sí que es cierto que el informe 2025 del *Comité Internacional de Editores
de Revistas Médicas* (*ICMJE*, por su acrónimo en inglés), tomado como
referencia por otros comités como *COPE*, ha recomendado separar en dos
figuras las autorías de artículos científicos: los autores y los
contribuyentes no autorales. Los primeros, para tener esa condición,
necesitan cumplir todos los roles de 1. Contribución sustancial a la
concepción o el diseño del trabajo y/o la adquisición, análisis o
interpretación de los datos [Y]; 2. La redacción del borrador o su revisión
crítica con aporte intelectual significativo [Y]; 3. La aprobación final de
la versión del manuscrito para publicación [Y]; 4. Acuerdo de
responsabilidad de todos los aspectos del trabajo asegurando que las
cuestiones relativas a la exactitud y/o la integridad de la investigación
están apropiadamente resueltas.



Sin embargo, estas recomendaciones a pesar de ser lógicas y de respetar el
esquema taxonómico de contribuciones de *Winston* (1985), no son leyes de
obligatorio cumplimiento, ni tampoco son redactadas *erga omnes* para ser
aplicables a todas las áreas del saber. Nuevamente reflorece la importancia
de relativizar y, sobre todo comprender que no todo lo que se publica en
una revista científica es un artículo producto de investigación.



Quizás entonces el foco de vigilar con extremada cautela a los que trabajan
y producen no sea lo más correcto, o al menos lo más justo, sino comenzar a
revisar a la legión de improductivos que, parafraseando a Thomas Sowell,
han estado exentos de crítica por la belleza del no hacer nada, pues solo
cuando se obra es imposible hacerlo sin errar. Mientras a los productivos
se les audita con nombre y apellidos, a los inútiles se les anonimiza
perdidos entre la multitud. En este sentido, a lo mejor la pregunta
correcta no sería cuánto es lo máximo que un investigador puede producir,
sino cuánto es lo mínimo. Es cierto que la *CNEAI* ha puesto un límite de
cinco artículos cada seis años, que sigue siendo optativo y quien no lo
cumpla y decide no investigar –aunque esto sea parte de su dedicación
laboral– se expone a no ganar la friolera de 100 euros netos al mes en su
nómina, que pareciera ser el origen de todas las envidias.



Con este «artículo» intento contribuir a la discusión sobre lo delicado que
puede resultar referirse con «ligereza cuñadística» a la infundada
dicotomía de cantidad versus calidad, aceptando los argumentos de personas
que no tienen competencia, ni mucho menos legitimidad para ello, menos aún
en todas las áreas del conocimiento científico. Pero, sobre todo advertir
que nos estamos perdiendo en debates estériles que a veces son una cortina
de humo interesada para no centrarnos en temas aún más vitales que poco
recorrido de *agenda setting* tienen como son las paupérrimas retribuciones
salariales con un mermado poder adquisitivo y aumento galopante de la
inflación, el acoso y los climas laborales tóxicos en Universidades y OPIs,
la ideologización extrema en las instituciones públicas destinadas a la
docencia y la investigación, los caciquismos, clientelismos y consecuente
endogamia, la difuminada responsabilidad de los gestores y burócratas
frente a irregularidades como la prevaricación administrativa, la
deficitaria inversión en I+D, la excesiva burocracia, los cambios continuos
de las reglas de juego en las acreditaciones y concursos con efecto
retroactivo, la letra pequeña en el tan anunciado sexenio de transferencia,
entre otras cuestiones que pocos titulares ocupan y casi ausente
indignación pública han creado, pero que están sumiéndonos a todos en un
círculo de pobreza económica, laboral e intelectual que devendrá,
indubitablemente, en la pérdida de cualquier incentivo para hacer
medianamente bien nuestro trabajo. Tenemos una tendencia a perdernos en lo
estéril y lo accesorio, mientras esperamos que sean otros los que vengan a
solucionar los problemas reales que nos azotan.



Así, para defender la *slow science* no es necesario demonizar a la que no
es tan *slow* (que no *fast*). Para apoyar a los que quieren crecer en su
carrera de forma pausada, pero productiva, o a los que han tenido que
frenar momentáneamente su producción por asuntos personales o laborales, no
hace falta mal mirar a los que quieren y pueden tener carreras más
aceleradas y continuas, más cuando los que están en la base o en el medio
de la pirámide no llegan a fin de mes y, en caso de vivir en ciudades
principales, lo hacen en pisos compartidos como si fueran estudiantes de
Erasmus. Ya suficiente tenemos que soportar los investigadores con tanto
como para tener que luchar también contra los tronistas digitales.
Empecemos a entender que todos estamos en el mismo chiquero y, como en la
granja de Orwell, nos estamos confundiendo de animales a los que hay que
derrocar.



*Nota final*

Con este humilde artículo quiero aprovechar para rescatar la memoria del
caso de Mari Carmen Fernández, madre de tres hijos y esposa, trabajadora
desaparecida el 10 de septiembre de 2023 durante la travesía del buque
oceanográfico García del Cid del *CSIC*, quien había denunciado previamente
acoso sexual contra un tripulante de la misma embarcación, recordando que
la institución le negó de manera sistemática las medidas cautelares
solicitadas, y a quien el desinterés y la insolidaridad de sus compañeros
durante más de cuatro años no la acompañaron. Ojalá ninguno publique
demasiado, no vaya a ser que pierdan la anonimidad propia de los acosadores
o sus turiferarios.



*Disclaimer** de algo que parece evidente*

Esta publicación no es producto de investigación y solo refleja mi opinión.
Sin embargo, la incluiré en *Google Scholar* y ruego que en un futuro no se
cuente dactilarmente como artículo científico.



*Agradecimientos*

Gracias a los comentarios, recomendaciones y *feedback* de Lluís Codina,
Rafael Repiso, Tomás Baiget y Bárbara Castillo-Abdul, que me han
proporcionado ideas para mejorar el contenido y debate planteado en
este «artículo».



*Referencias*

*International Committee of Medical Journal Editors* (*ICMJE*) (2025).
*Recommendations
for the Conduct, Reporting, Editing, and Publication of Scholarly Work in
Medical Journals*.

*https://urldefense.com/v3/__https://www.icmje.org/recommendations*__;Kg!!D9dNQwwGXtA!QIFAA_D09l4T51T9EcWSCmobTciiJwLCnEWOqa-Jqp9dIBfQ3RmNjRJFjcyd9A-7hB7FvDTXzcu6ahZjYvfNypA$ 
<https://urldefense.com/v3/__https://www.icmje.org/recommendations__;!!D9dNQwwGXtA!QIFAA_D09l4T51T9EcWSCmobTciiJwLCnEWOqa-Jqp9dIBfQ3RmNjRJFjcyd9A-7hB7FvDTXzcu6ahZjVvO2HWU$ >



*Lotka, Alfred J.* (1926). “The frequency distribution of scientific
productivity”. *Journal of the Washington Academy of Sciences, *v. 16, n.
12, pp. 317-323.

*https://urldefense.com/v3/__https://www.jstor.org/stable/24529203*__;Kg!!D9dNQwwGXtA!QIFAA_D09l4T51T9EcWSCmobTciiJwLCnEWOqa-Jqp9dIBfQ3RmNjRJFjcyd9A-7hB7FvDTXzcu6ahZjAuFeX-Y$ 
<https://urldefense.com/v3/__https://www.jstor.org/stable/24529203__;!!D9dNQwwGXtA!QIFAA_D09l4T51T9EcWSCmobTciiJwLCnEWOqa-Jqp9dIBfQ3RmNjRJFjcyd9A-7hB7FvDTXzcu6ahZj25c4ryI$ >



*Winston, Roger B.* (1985). “A Suggested Procedure for Determining Order of
Authorship in Research Publications”. *Journal of Counseling & Development*,
v. 63, n. 8, pp. 515-518.
*https://urldefense.com/v3/__https://doi.org/10.1002/j.1556-6676.1985.tb02749.x*__;Kg!!D9dNQwwGXtA!QIFAA_D09l4T51T9EcWSCmobTciiJwLCnEWOqa-Jqp9dIBfQ3RmNjRJFjcyd9A-7hB7FvDTXzcu6ahZjs6v13Zw$ 
<https://urldefense.com/v3/__https://doi.org/10.1002/j.1556-6676.1985.tb02749.x__;!!D9dNQwwGXtA!QIFAA_D09l4T51T9EcWSCmobTciiJwLCnEWOqa-Jqp9dIBfQ3RmNjRJFjcyd9A-7hB7FvDTXzcu6ahZjW7njsOo$ >





Natalia Arroyo, directora
Isabel Olea, coordinadora

Anuario ThinkEPI 2025
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